
El de gorrito rojo es Pablo (Quercia) y el del lado es Héctor (Guevara), en
cabo Froward, cuando hicimos é
sa travesía (año 1985). En la sombra hacía frío, así es que Pablo aprovechó esta esquinita de sol para calentarse los huesos y yo, para dibujarlo iluminado y dorado de amarillo. Quince días estuvimos en la selva magallánica, subiendo cerros, pintando palos, armando instalaciones, leyendo poesía, croqueando. En las noches hacía tanto frío, que para poder conciliar el sueño metía una piedra caliente en mi saco de dormir. Y el agua de vertiente era tan congelada, que la única vez que me bañé, con la Claudia Herrera, se nos cortó el jabón en la piel (parecía manteca) y no nos podíamos enjuagar. Y llovía tanto, que estábamos todo el día con traje de agua. De todas maneras
Pancho Méndez logró que armáramos una hermosa pintura no albergada, agarrada a una roca, en un peñasco en altura justo donde el estrecho da la vuelta. Y los arquitectos el último día construyeron una enorme cruz de madera, que armaron en el suelo, lloviendo, y que al momento de alzarla, entre decenas que tiraban y gritaban y jalaban, salió el sol de la tarde brillante y un barco que casualmente pasaba por el estrecho se puso a tocar la sirena. Emocionante. Si yo fuese católica, diría que Dios nos mandó esta escenografía espectacular para este momento sublime. Pero como no lo soy, digo que fue una bella casualidad no casual.